miércoles, 3 de febrero de 2016

¿Cómo te sientes? Tratado del dolor



      Tardé mucho tiempo en descubrir por qué amaba leer los diccionarios antiguos más que los modernos, tardé mucho tiempo en encontrar la respuesta a mi deseo de verdad lexicográfica. Lo cierto es que los diccionarios antiguos, anteriores a la RAE, estaban vivos, como si no priorizaran la comprensión de la palabra a la precisión... como si hacerse entender fuera lo único importante. Los siglos fueron objetivando las definiciones, ordenando y jerarquizando los sentidos, las acepciones y fue así como el estructuralismo alejó por completo la palabra de la poesía, y el diccionario del usuario. 

      Paradójicamente, hoy tenemos grandes diccionarios desde el punto de vista lexicográfico, pero los chicos siempre prefieren que les expliquemos las acepciones con nuestras propias palabras, tras leer la definición del diccionario. 


     Irremediablemente, el ser humano es un romántico y no desea tanta objetivación encomiable, sino la cercanía de la metáfora cotidiana. Por ello, y principalmente por ello, los propios lexicógrafos amamos más los diccionarios que el común de los usuarios que desean descubrir el sentido de la palabra que desconocen.




     Hoy deseo escribir ese otro diccionario que habla, como los mortales, de las palabras que nos rodean y he elegido la palabra "dolor". Recojo a la izquierda cómo algunos ya intentaron tratar las palabras de otros modos más cercanos, relacionando el léxico de los sentimientos para desmenuzar los secretos del corazón humano.

     Pero iré más lejos, me despojaré de la objetividad para "entender" qué "entiendo" por "dolor". El dolor nos acompaña desde el nacimiento en el cuerpo de nuestra madre y el nuestro propio. Ese primer dolor, olvidado por la precariedad de nuestro cerebro no totalmente formado, será el preludio de su presencia a lo largo de la vida.


     El dolor físico es el sonido más estridente que escucharemos nunca: agudo, punzante, como una descarga o sordo y continuo como una nota contenida. El dolor psíquico cargado de ausencia por la muerte de los seres queridos, cargado de impaciencia por la desesperanza amorosa, envuelto en frustración por el deseo no alcanzado; el dolor que calla porque ya ha secado el llanto; el dolor que abraza nuestros ojos hasta disolverlos en lágrimas, que queman a su paso nuestro rostro, mientras se deshace en la congoja de nuestro pecho.  


     El dolor activo del "doler" doliente, dolido y dolorido, que se pierde por los atajos del cuerpo; porque no hay dolor que no sea físico, no hay espanto que no se aferre al cuerpo, no hay pena, ni pesadumbre que no recaiga de un modo o otro sobre la carne. Y hasta el "indolente", además de poder ser el que no siente dolor, podrá ser el que no se duele, de tanto haber convivido ya con el dolor.


     El dolor de la enfermedad, que no es más que la pérdida de nuestra armonía interna, de la máquina que sustenta nuestra mente. Pero nunca habrá dolor como el que llena la literatura, la poesía y el arte... el dolor de haber amado. Nunca debieran separarse dos palabras que se abrazan con tanta fuerza y estridencia: amor y dolor. ¿Qué nos hace odiar tanto la muerte, sino nuestro amor a la vida? ¿qué nos aterroriza más que perder lo que amamos?


     ¿Y qué dolor más fuerte que el amor a la verdad? Esa verdad escurridiza que se parapeta en el silencio, que se oculta por vericuetos para no dañar lo que ya no puede ser más que dolor. El dolor del secreto maldito que se guarda en el dolor para no crear dolor.


     Y el dolor del que ni siquiera sabe que le duele, porque ya se ha acostumbrado a vivir con él, a aceptarlo como un miembro más de su cuerpo, como una dolencia crónica que toca su son diario de baja intensidad, sin descanso, presente y silente a la vez.


     Me quedo con Covarrubias, "sentimiento de todo lo que nos da desplacer y disgusto[...]", con su "doliente, el enamorado". Hoy la RAE prioriza el dolor físico al sentimiento que relega a la segunda acepción. Sea psíquico, de corazón o físico, el dolor es sentir y sentir y sentimiento se visten con el mismo ropaje fónico y significativo, por ello, me quedo con Covarrubias... dolor, primero es sentimiento...


     Ante cualquier dolor preguntamos: "¿cómo te sientes?"; ante cualquier decepción,  pérdida, frustración, desilusión, para bien o para mal: "¿cómo te sientes?"


     "Feliz", contestaremos ante la ausencia de perturbación o dolor. "Abatido, acongojado, apenado, doliente, dolido, dolorido", si escuchamos el sonido de este sentir. Huimos de él incansablemente, pero ¿qué sería de nosotros sin haber sentido nunca dolor? ¿qué nos daría la medida de nuestra felicidad, de nuestro bienestar?

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